Como me dijo mi psicóloga

Ir a Terapia no es para cualquiera.   A terapia solo van los valientes.   Los que quieren mejorar.   Los que quieren avanzar.   Los que quieren cambiar y romper patrones tóxicos.   Sanar viejas heridas.   Los que se atreven a mirar la mierda de dentro y a sacarla para limpiar.   Para los que abren el armario y tiran la ropa vieja, sucia y que huele a rancio.   Yo voy a ser valiente por ellos.   No fue fácil. Dolió mucho. Y no cualquiera coge ese dolor y lo acepta, lo abraza y lo transforma.   Se merecen a una madre sana, estable, que no los traumatice y los haga ir a terapia de adultos.   El camino es largo, pero vamos pasito a pasito.   Ahora que me doy cuenta de los traumas ajenos, porque ya me conozco a mí misma y se lo que no tolero. Siento pena por ellos, y por sus hijos.   Sobre todo, por sus hijos.   Porqué el que tiene un trauma y no acude a terapia, su hijo lo hará en el futuro.   Y si no va a terapia o repite patrón o se vuelve drogodependiente.   Tener hijos para darles un

No me juzgues. Ponte mis zapatos.


Desde el minuto cero, desde el momento en el que te conviertes en madre o padre te van a juzgar. Pero esta sociedad juzga mucho más duramente a las madres. ¿Y por qué?

Porque nosotras debemos ser sacrificadas, abnegadas, no sentir cansancio y si lo sientes nunca decirlo, siempre sonreír y contar lo maravillosa que es la maternidad.


Te juzgan por dar teta o biberón, colecho o cuna, educación privada o pública, parto vaginal o cesárea, casa perfecta o casa destartalada, trabajar fuera de casa o no trabajar fuera, por tu tipo de crianza, si decides tener tiempo libre y desconectar de vez en cuando.




Y no te quejes que fulanita está peor que tú.





Siempre por una cosa o por otra querida mamá te van a juzgar. Y a veces me quedo meditando y pienso en que no sé que es peor. Sí que te juzguen otras madres o las personas que no tienen hijos, que no tienen ni la más mínima idea de lo duro que resulta ser madre.


Juzgan situaciones a la ligera. Como esa madre que en mitad de la calle grita a sus hijos.

Porque desde fuera solo se ve a una madre gritando a unos pobres niños. Niños inocentes que, ¿Qué puede haber hecho un niño para que merezca ser gritado por su madre? No son capaces de pensar en cuánto tiempo lleva esa madre teniendo paciencia e intentando de buenas maneras y con esa crianza positiva de la que tanto se habla, que hagan caso. No lo saben y por lo tanto lo más sencillo es tacharla de mala madre.

Es fácil juzgar una foto que circula por las redes sociales.

Muchos lo hemos hecho, yo misma lo he hecho. Una simple foto que circula por ahí y de la que no te paras a pensar la historia que trae detrás.


La foto de una madre que ha dejado a su bebé de pocos meses sobre una manta en el suelo mientras ella está sentada mirando el móvil.

Es fácil juzgar a simple vista esa situación. Es fácil tacharla de mala madre por mirar el móvil sin saber la historia que oculta.

Y aquí no solo te juzgan los que no tienen hijos. Te juzga el mundo entero eres una madre horrible, desnaturalizada. Porque en las redes sociales todos somos jueces.

Lo que el mundo no sabe es que era una madre sentada en un aeropuerto queriendo contactar con su familia. Para poder contarles que habían cancelado su vuelo por tercera vez y había pasado la noche en el suelo de aquel aeropuerto con su bebé. Sin un carrito donde dejarle y con los brazos cansados, ella cansada y sin querer pasar otra noche más en ese suelo con su bebé de pocos meses.

Cómo cambia la historia ¿verdad?

No puedo contar con los dedos de las manos las veces que he gritado a Superboy. Y sí, incluso os confesaré que cachetes. Porque nos llevan al límite de la desesperación y hasta que no te toca vivirlo no lo llegas a comprender.



Queridos adultos sin hijos: No es lo mismo cuidar del hijo de otro durante unas horas que criar a tus propios hijos. Os resultará difícil entenderlo, pero es así. Los niños no se comportan de la misma forma con sus padres que con otras personas.


Por eso si alguna vez me ves por la calle con mi hijo y tiene una rabieta y crees que ya estoy al límite o quizá ya lo he cruzado y estoy gritando. Te doy permiso para que te acerques e intervengas. Tal vez solo necesite una mano en el hombro. O tal vez una sonrisa de comprensión y empatía.

Y aunque yo eduque a mi hijo en que no debe hablar con extraños no te llegas a imaginar el poder que tienen las personas de fuera del entorno familiar para calmar situaciones. A veces yo misma quiero hacerlo, pero si no conozco a esos padres me da miedo que piensen que soy una entrometida.

Me da miedo que piensen que son malas madres que no lo están haciendo bien y llego yo en plan listilla para solventar la situación. Y por supuesto hacerla sentir mal.

Pero nada más lejos de la realidad.

Porque yo he estado como tú. He vivido lo que estás ahora viviendo. Sé cómo te sientes. Sé que no puedes más y no sabes qué hacer.




Por eso yo os doy permiso para intervenir, para hablar a mi hijo y pedirle que se calme o lo que se os ocurra. Si ya he llegado a mi límite de paciencia y no puedo más. Os aseguro que NADIE se va a sentir más culpable que yo. NADIE me va a juzgar más duramente que yo. NADIE.

Amo a mi hijo, lo adoro. Y al igual que yo muchas madres aman a sus hijos. Pero la maternidad es un camino muy duro, con obstáculos y pruebas que tus propios hijos te ponen.

Lo que más necesitamos es apoyo, comprensión, empatía, una tribu y una mano amiga.

No necesitamos ser juzgadas machacadas y pisoteadas mientras nuestros maridos por hacer mucho menos que nosotras son unos “padrazos”.



Comentarios